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Español
2018
“Este suceso alboroçó de manera a todo el Reyno que se han hecho por él singulares demostraciones de alegria espirituales y temporales.1 ” Con estas palabras el presidente de la Audiencia de Santa Fe, don Juan de Borja, manifestaba en una carta al rey, fechada el 12 de junio de 1611, la sensación de alivio que después de más de 60 años de guerra contra los indios pijaos sentían muchos de los habitantes de las diferentes ciudades de la jurisdicción de la Audiencia y de la gobernación de Popayán, especialmente de aquellas ubicadas en la Cordillera Central, al ver que sus enemigos al fin parecían ser derrotados. Desde que en 1538 los conquistadores españoles tuvieron su primer contacto con este grupo indígena, cuando la hueste de Sebastián de Belalcázar se dirigía a Santa Fe, comenzaron las descripciones de “unos yndios caribes q(ue) comen carne umana muy guerreros que se llaman los pixaos” 2 . A partir de entonces se crearía una zona de frontera justo en medio de los dos ejes de avance del dominio español: la gobernación de Popayán y el Nuevo Reino de Granada. Este fenómeno representó un terrible inconveniente no solo para las autoridades, sino para todos los vecinos y viandantes en general, pues impedía el tránsito de personas y mercancías entre ambos territorios. Adicionalmente, la zona tenía especial interés para los conquistadores y colonos, pues además de contar con una cantidad considerable de mano de obra indígena que pudiera sustituir a la cada vez más reducida población nativa encomendada, poseía ríos con grandes cantidades de oro y tierras aptas para el desarrollo de una actividad ganadera considerable. A partir de 1550, año en que parte la expedición del capitán Andrés López de Galarza que daría paso a la fundación de la ciudad de Ibagué, comienzan los enfrentamientos de manera sistemática entre el bando español y el pijao. Ambos grupos comenzarían a organizar acciones ofensivas y defensivas para proteger sus zonas de habitación o tratar de expandir sus fronteras de control e influencia. De esta forma, la guerra y las fronteras comenzaron a moverse y a modificarse según las contingencias, creando sistemas de relaciones dinámicos entre los actores involucrados, dando paso al desarrollo de alianzas y tácticas que buscaban sacar alguna ventaja que pudieran inclinar la balanza. Los pijaos, encabezados por sus mohanes y líderes elegidos para cada acción bélica, lograron extender su zona de influencia desde la margen derecha del río Magdalena hasta el valle del río Cauca, y desde el río Páez hasta la ciudad de Cartago (hoy Pereira). Por su parte, el bando hispánico se turnaba entre organizar la defensa de sus ciudades y caminos reales, y realizar entradas organizadas a costa de particulares que capitulaban con las autoridades, o con dineros y soldados levantados por los vecinos, encomenderos y moradores de las poblaciones cercanas. A pesar de algunos logros por parte del régimen español, como la fundación de algunas ciudades y el retroceso temporal de sus enemigos hacia la sierra, los pijaos fueron quienes dominaron la situación hasta los primeros años del siglo XVII. Su estrategia y tácticas, basadas en emboscadas, asedios y reducción de la mano de obra indígena al servicio español, demostró ser considerablemente efectiva para diezmar a su oponente. Solo con la llegada de don Juan de Borja como presidente de la Real Audiencia de Santa Fe en octubre de 1605, la situación tomaría otro rumbo. Logrando coordinar de manera efectiva los esfuerzos militares desde el Nuevo Reino y la gobernación de Popayán a través del ejercicio de una autoridad enérgica para hacer cumplir las diferentes obligaciones a encomenderos, vecinos y mercaderes, además del asesoramiento de los mejores capitanes de la tierra, y la ayuda de cientos de indígenas aliados, Borja pudo llevar a cabo de manera efectiva una campaña casi de exterminio contra los pijaos. Esta guerra “a sangre y fuego” logró ir desplazando a los indígenas hacia las inhóspitas tierras del filo de la Cordillera Central, en donde tuvieron que afrontar la decisión de rendirse, morir de hambre, o combatir hasta el final contra las fuerzas de sus enemigos. Muchos de los pijaos fueron muertos en batalla, ejecutados en los caminos y fuertes, o esclavizados. Los pocos supervivientes huyeron hacia otras tierras y terminaron por mezclarse con diferentes grupos indígenas.
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